Por la Rue de Huchette pasan los que van dónde sólo ellos saben. Los que dan vueltas, se detienen y vuelven sobre sus pasos para empezar de nuevo, mejor. Los que no tienen donde quedarse –o no quieren quedarse-; los que huyen; los que corren con la cabeza rebalsando de zumbidos insoportables. También cruzan sus veredas los sabios que no se saben sabios, los que hacen sin saber qué hacen, los que tienen claro que no hay nada claro y definitivo, los que aman lo que hacen.
Cuenta la leyenda que Prometeo, cuando robó el fuego a Zeus, perdió el control del motín que regaló a la humanidad. En la redada se incendiaron varias zonas, aún los más remotas. La Rue de Huchette ardió durante años. Fueron los transeúntes quienes apagaron la llamarada, ansiosos de descifrar el misterio. Lo que encontraron fue un deseo: sabiduría. Quienes caminan por la incandescencia, nunca abandonan la inquietud.
La Rue de Huchette es sólo su lugar de tránsito. La búsqueda los llevará a otros rincones. Pero siempre quedará la estela de su paso, tan rápido como indeble.
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