26 dic 2009

El cuento de navidad de Auggie Wren

26 dic 2009
Por Paul Auster


Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó.
Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. Él trabaja detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo. Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje pícaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada más.
Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío. Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros. Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista. Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada. A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría yo dispuesto a ver sus fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de rechazarle.
Dios sabe qué esperaba yo. Como mínimo, no era lo que Auggie me enseñó al día siguiente. En una pequeña trastienda sin ventanas abrió una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos. Dijo que aquélla era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos doce años se había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías. Cada álbum representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de cada una.

Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie, no sabía qué pensar. Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa más extraña y desconcertante que había visto nunca. Todas las fotografías eran iguales. Todo el proyecto era un curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos edificios una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes. No se me ocurría qué podía decirle a Auggie; así que continué pasando las páginas, asintiendo con la cabeza con fingida apreciación. Auggie parecía sereno, mientras me miraba con una amplia sonrisa en la cara, pero cuando yo llevaba ya varios minutos observando las fotografías, de repente me interrumpió y me dijo:

—Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio.

Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente. Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes días (la actividad de las mañanas laborables, la relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de Au-ggie.

Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su porte de una mañana a la siguiente, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.

—Mañana y mañana y mañana —murmuró entre dientes—, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.

Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Eso fue hace más de dos mil fotografías. Desde ese día Auggie y yo hemos comentado su obra muchas veces, pero hasta la semana pasada no me enteré de cómo había adquirido su cámara y empezado a hacer fotos. Ése era el tema de la historia que me contó, y todavía estoy esforzándome por entenderla.

A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?

Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras "cuento de Navidad" tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.

No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.

—¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.

Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.

—Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.

"Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carnet de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?

"Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.

"La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.

"—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.

"Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.

"—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.

"Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.

"Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.

"—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.

"No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.

"No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía.

Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.

"Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.

"—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.

"Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.

"Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras. De treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.

"No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.

—¿Volviste alguna vez? —le pregunté.

—Una sola —contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.

—Probablemente había muerto.

—Sí, probablemente.

—Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.

—Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.

—Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.

—Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.

—La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.

—Todo por el arte, ¿eh, Paul?

—Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.

—Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?

—Sí —dije—. Supongo que sí.

Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.

—Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme.

—Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos.

Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?
*
—Supongo que estoy en deuda contigo.
*
—No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.
*
—Excepto el almuerzo.
*
—Eso es. Excepto el almuerzo.
*
Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.

22 dic 2009

Algo más que buenas canciones

22 dic 2009

El último JuevesdeMiércoles de 2009 trajo a la ciudad de la vanguardia indie-noise al cantautor de más alta fidelidad del último tiempo. Juan Ravioli estuvo entre nosotros, festejando su cumpleaños y tocando con sus amigos los temas de su primer disco, su segundo y hasta su futuro tercero.

Juan Ravioli había llegado a la esquina de 17 y 71 quince días antes. Aquella noche, su larga figura había subido al escenario en compañía de sus amigos de Mostruo!. Tenía razones para estar feliz: esa misma semana había recibido el Premio Clarín a la revelación del año en rock... Justo, si no fuera porque Ravioli tiene poco de revelación luego de dos discos exquisitos y un ruedo musical que lleva al menos una década. Esa noche, con Mostruo! jugó a ser Carlos Cutaia, se animó con dos temas propios en un intermedio y refundó un clásico: El Mejor Plan Del Mundo en formato acústico. Y anunció que volvería.

Quince días después, en otra noche cálida de jueves en Meridiano V, otra vez la figura basquetbolísitca de Ravioli estaba cantando El Mejor Plan Del Mundo. Pero esta vez tenía su guitarra acústica colgada y una banda propia detrás.

Para los que no lo conocen, Juan Ravioli es una de esas personas indisociables de su obra. Ravioli es, antes que nada, músico. Y toda su existencia parece estar dedicada e imbuida de y por ello, voluntariamente o por inercia. De hecho, dice, la música es "Mi mejor juego para digerir el mundo".Nacido en 1981, editó sus canciones por primera vez con un trío llamado París 1980, el cual se disolvió a fines de 2003. Desde entonces, Ravioli participó en múltiples proyectos amigos, como el excelente y casi mítico "Flopa-Manza-Minimal" en 2003, Música para Niños, o discos de Pez, Pequeña Orquesta Reincidentes, Pablo Krantz, Valle de Muñecas o Lucas Martí, entre otros.

Luego de acumular experiencia y coraje para llevar adelante sus ideas y "haber aprendido, a la fuerza, que a veces es mejor ir sólo", Ravioli se largó en solitario. Para 2006 ya tenía suficientes canciones propias para grabar y así lo hizo. Ese año vió la luz "Álbum para la juventud Vol. 1", un disco con aire folk y guiños al rock inglés, desde The Beatles hasta Coldplay, pero inequívocamente argentino. Rodeada de prolijísimas orquestaciones o sólo una guitarra acústica, la voz susurrante de Ravioli capta como un hipnotismo.

Así fue la primera vez. Aquella noche de verano, en La Fabriquera, este cronista conoció la voz de un tipo largo que se encorvaba frente a un solitario micrófono. Presencia recurrente: Mostruo!. Íbamos a oír rock, el rock visceral e "irreflexivo" de la banda platense. Pero aquellas canciones, susurradas al micrófono y aterciopeladamente interpretadas en la guitarra, hipnotizaron a quien escribe.

El adiestrador de serpientes era el mismo Ravioli que inició su show con su versión de estridente rock de Mostruo! y con una introducción made in Almendra. En consonancia con la política de Spinetta, Ravioli tocó al principio los "temas nuevos", del que se destaca uno que ya no lo es tanto: "Alta fidelidad" y que su autor prometió incluir en el próximo álbum. Luego, se sucedieron canciones de su primer disco y del segundo "Álbum para la juventud Vol.2", editado este mismo año. Más corto y notoriamente consecuente con su antecesor, en Vol.2 Ravioli suelta más su pluma en las letras y muestra una faceta más experimental en lo musical, pero manteniendo la brillantez de cada sonido, de cada intervención.

Del Vol.1 sonaron Desatando nudos, La ausencia, entre otros; y de Vol.2 pudimos oír Perdido (Perro de Casa), Benteveo, Son días felices, entre varios más.

Como en el disco, Ravioli y su banda suenan en un equilibrio tal que uno tiende a preguntarse si McCartney y Martin no tendrán algo que ver en esto. La música fluye de tal modo que Ravioli, profesor de arreglos en una escuela musical porteña, toca sonriendo. Lo acompañaron Fernando Pereyra en guitarra eléctrica, Alejandro Carrau en teclados, Marcos Rocca en bajo, Lucas Herbín en batería y su hermano Andrés Ravioli en trompeta, coros y percusión.

Ravioli y sus amigos tocaron hasta las tres de la mañana. Allí estaban los Mostruo!, la gente de Monoaural, que había tocado antes, su banda y nosotros, para festejarle su cumpleaños número 28.

19 dic 2009

Enrique Symns en La Plata

19 dic 2009

9 dic 2009

XIII Outlet de Música Independiente‏

9 dic 2009

29 nov 2009

Festipulenta Delucs

29 nov 2009

3 nov 2009

normA - Mostruo! - Villelisa

3 nov 2009

7 oct 2009

Nos seguimos encontrando, en alguna parte

7 oct 2009
Con motivo del cuadragésimo aniversario de la grabación del primer simple de La Cofradía De La Flor Solar, se reedita en CD el álbum homónimo de 1971 junto a cuatro de los temas de la primigenia sesión de 1969.



Los sueños no son puras invenciones. Algo está flotando en el aire para que soñemos. Y, más precisamente, hay historias que se convierten en sueños. Como ideales del inconciente colectivo que revolotean como mariposas en las mentes de cada generación.

A fines de los años sesenta, en esta ciudad de La Plata, un grupo de estudiantes del interior, sin dinero, sin recursos ni tradición inventaron el sueño. Un colectivo de artistas, autosustentables y sin otro límite que la propia creatividad. La primera fundación del rock platense tuvo su epicentro en la Facultad de Bellas Artes con chicos de veinte años que venían de Entre Ríos a estudiar y terminaron fundando una escuela de principios artísticos que se revitalizó en Los Redondos y Virus, en Embajada Boliviana y Peligrosos Gorriones y que hoy está en plena vigencia con normA, Mostruo! y Él Mató A Un Policía Motorizado, entre otros.

La Cofradía De La Flor Solar tuvo su semilla en Nogoyá, Entre Ríos. Allí, Morcy Requena, Kubero Díaz, Manija Paz y Carlos Gómez tenían un grupo musical (como se decía en aquel entonces) llamado Los Grillos. Tocaban en todas partes todo el fin de semana, de jueves a domingo en clubes, bares, plazas. Una típica historia beatle. Terminado el colegio, Morcy y Manija se trasladaron a La Plata persiguiendo una carrera universitaria, el primero la de periodista y el segundo el de licenciado en bellas artes.
Pero los avatares de la ultraconservadora Revolución Argentina tenía otros planes para ellos. El 29 de junio del ’66 la Policía Federal ingresó a las facultades de la UBA y sacó de allí a “los elementos rojos” que reclamaban la reinstauración del cogobierno en la universidad. Además, el gobierno militar ordenó cerrar los comedores estudiantiles de todas las universidades nacionales.
En La Plata, la persecución resultó el empujón definitivo para que Requena y Paz, junto a Néstor Candi, Hugo “Pascua” García, “El Mono” Cohen y algunos y algunas más pusieran la piedra fundamental del mito de La Cofradía De La Flor Solar. Juntos, los jóvenes estudiantes alquilaron una casona antigua que daba a la avenida 122, de modo que la convivencia abaratara la vida de cada uno de ellos y materializara el sueño de muchos.


Una casa con mil flores
Pronto, el reducto de la juventud descarriada se convertiría en una olla donde bullían todas las expresiones artísticas posibles: plástica, cine, teatro, escenografía, música, poesía. Un convite de creatividad que sustentó el ímpetu de Morcy y Manija, a los que se sumarían sus coterráneos Kubero Díaz, Néstor Paul y Rubén “Tzocneh” Lezcano, el primero guitarrista sub-veinte y los otros dos compadres en la agrupación Los Batman. Morcy y Manija fueron a buscarlos a Entre Ríos; argumentaban que Kubero era imprescindible para la calidad musical que La Cofradía debía alcanzar. No se equivocaban.

Pero como esta historia tiene miles de recovecos, de sub-historias tan increíbles como la general, hay que decir que el grupo musical La Cofradía De La Flor Solar ya había nacido. Y de la mano de Pipo Pescador. Sí, no hay ningún error de tipeo ni extravío mental en el autor. Pipo Fisher (más tarde Pipo Pescador) lideró, con su acordeón, a la primera Cofradía: un grupo de percusión compuesto por los cofrades Manija Paz, Hector Candi y Abel Faccelo que se presentó por única vez en Punta Lara en 1967. Cuando terminó la presentación, los llevaron presos.

La historia “oficial” de La Cofradía De La Flor Solar, la banda de rock, tiene su hito fundante el día de la primavera de 1968, cuando el trío entonces compuesto por Morcy Requena en bajo y voz, Manija Paz en batería y Hugo “Pascua” García en guitarra toca por primera vez en La Plata. La llegada de Kubero, en 1969, retraerá a Pascua a la segunda guitarra hasta su partida al Amazonas, donde (en otra historia increíble) encontraría la muerte.

El trío Morcy-Manija-Kubero sería, entonces, la formación clásica de La Cofradía y el núcleo musical de las grabaciones de la banda que ahora se reeditan. Porque, como contó El Mono Cohen en una entrevista con Alfredo Rosso en 1996, no sólo los tres músicos eran la banda: “El clima de las sesiones era como todas las cosas que hacíamos en la Cofradía. Iba toda la familia. Parecía que llevábamos el gato, los colchones... Cuando había giras viajaba gran parte de la comunidad, era como una manifestación. Y en los estudios también. Se sentaban, prendían los inciensos, algunos se fumaban un porro, otros comían pasteles... las chicas traían grandes tortas... En fin, el clima era bien de la época. Por eso hay muchos agradecimientos en la tapa del disco”.

Pero antes del disco se grabó un simple grabado por RCA en 1969, de cuyas sesiones la reedición rescata “Oda al abuelo mufado” y “Te deslizaste en mi costado”, además de los lados A y B del EP, “La mufa” y “Sombra fugaz por la ciudad”, dos temas del dueto compositivo Candi-Díaz. En esos días, cuenta Morcy Requena, la banda “estaba en plena fiebre compositiva” y aplomada en sus performances luego de protagonizar “Las 30 Horas de Rock”, otra mini historia increíble que presta el primer ejemplo de festival de rock en el país, en La Plata e ideado por El Mono Cohen. Allí tocaron (además de La Cofradía), Arco Iris, Pajarito Zaguri, Hielo, Manal y unos jóvenes con carita de nene que tenían un grupo beat llamado Almendra. Y hete aquí otra micro historia de desencuentros: por medio de Cohen y Luis Creus (otro cofrade) los Almendra y La Cofradía se habían conectado, colaborando mutuamente en la organización de fechas y la logística tan precaria de entonces. Los cofrades habían logrado que los porteños le prestasen sus equipos para tocar, lo que potenció mucho su música y su fama en el ambiente. Pero, de algún modo, la banda de Spinetta, García, Del Guercio y Molinari retrasaría los tiempos de La Cofradía: “muy pronto vimos que (en RCA) perdían el entusiasmo; ya no nos daban horarios, la cosa se demoraba demasiado… Fue entonces cuando descubrimos que en esos días también estaba grabando Almendra, y en esa época, si vos eras del mismo ‘palo’, te cajoneaban y se concentraban en uno solo de los artistas”, recuerda Morcy.
Almendra editaría su primer álbum y La Cofradía su EP, pero con material como para registrar un larga duración.

Billy se suma a La Cofradía
El concepto de comunidad que manejaban los cofrades no implicaba una restricción sino todo lo contrario. En ella convivían infinidad de expresiones artísticas (la cofradía creo una ópera-rock, obras de teatro, construyó sus propios instrumentos musicales y un proyector de aceite, por ejemplo) e individuos. Con el tiempo, se sumarían a La Cofradía “La Negra” Poli, los hermanos Beilinson, (Skay, Guillermo y Daniel) Bernardo Rubaja (que tocaba el órgano Hammond) y Topo Daloisio (que, como los primeros, formaría parte de uno de los futuros engendros paridos por la comunidad: Patricio Rey Y Sus Redonditos de Ricota), entre otros.
Otros “pasaban largas temporadas” en la casona de 122. Fue el caso de los Manal Javier Martínez y Alejandro Medina (que conocería a su primera esposa aquí) o de Billy Bond quien, finalmente, sería el detonante del álbum de La Cofradía. Billy Bond, mientras lideraba el proyecto de La Pesada (en el que La Cofradía colaboraría), buscaba nuevas bandas para el mítico sello Mandioca. La fuerza en vivo del trío hizo que los incluyera en el compilado “Pidámosle Peras a Mandioca” (que también se reedita por estos días) y que vería la luz en 1970. Ese mismo año, Bond le consigue a la banda treinta horas gratuitas en los estudios del sello Microfón y los músicos registran lo que a la postre sería un clásico del rock argentino.

El disco tuvo originalmente ocho temas compuestos en su mayoría por el dúo Kubero Díaz-Néstor Paul, a excepción de “Se ama o no se ama”, de Requena. Los músicos fueron Morcy Requena en bajo y voz, Kubero Díaz en guitarras y voz y Manija Paz en batería y percusión. También hicieron sus incisiones Quique Gornatti y Skay Beilinson, quien prestó su talento en la guitarra y alguno de los equipos que trajera de Europa para Diplodocum Red & Brown. La lista de “apoyo logístico” es, por supuesto, muy extensa.

Durante el disco el trío fluctúa en distintos climas, algunos propios del origen litoraleño de los músicos y otros ajenos como el “sonido San Francisco” de Jefferson Airplane; y acusa los primeros golpes de la influencia de bandas como Cream o The Jimi Hendrix Experience.

Hoy, el disco de 1971 se reedita junto a los cuatro temas registrados para el simple de RCA en 1969 y “Juana”, la canción que se incluye en el compilado de Mandioca. El arte visual rescata aquella portada típica de la época dibujada por Kubero Díaz y en el interior un grabado de Cohen que contrapone a “los gordos” de la opulencia y el materialismo frente a los cofrades que, flacos y hambrientos, abren la puerta a un gordo (Billy Bond) que les traería la prosperidad…

1 oct 2009

normA + Nunca Te Mentí

1 oct 2009

28 sept 2009

Luz Maggio + Pez en el agua

28 sept 2009


23 sept 2009

Thes Siniestros + The Broken Toys

23 sept 2009

17 sept 2009

Festival FLIA

17 sept 2009
La galería de techos altos del Olga Vázquez se abrió a la música de Sr. Tomate, Tropel, Primer Hombre Internacional y Vatangueando como cierre al primer encuentro FLIA en La Plata.


La Feria del Libro Independiente y Autogestionado arribó por primera vez a La Plata. Durante el sábado 12 y el domingo 13, la avenida 60 entre 10 y 11 cambió su chatez silenciosa por un enjambre de jóvenes artistas y feriantes dando a conocer sus textos, sus pequeñas editoriales y todo tipo de chucherías que nuestras abuelas catalogarían, hororrizadas, de porquerías.

Un chico vendía libros de una colección de textos anarquistaa ocho pesos.

- Este cuánto sale.
- Ocho pesos - Era uno de Bakunin.
- ¿Y este?
- Ocho, todos salen ocho - Era uno sobre las comunidades de obreros rusos en los primeros años de la Revolución.
- Bueno, dame este.

Entre las publicaciones más conocidas, estaban Hecho en Buenos Aires y Revista Sudestada. Mayormente, la oferta era porteña y extrañó no ver las muchas publicaciones locales que nada tienen que enviadiarle a éstas.

- ¿Ustedes son de acá?
- No, somos de capital - El muchacho, con camiseta de la feria (uno podía hacerse una al instante, comprándosela a un hombre manchado de pintura que había traído su arcaica máquina de estampar y la había instalado sobre la vereda, justo al lado de la puerta del Olga Vázquez), me había vendido su revista, que se llama Qué y que está bastante buena.
- Ah. Y editoriales o publicaciones de acá no hay.
- Creo que no... lo que pasa es que la organización es toda de allá.

Ok. Pensaba hallar más cosas, cuantitativamente, digo. La oferta es variada y relamente de colección: hay una editorial, por ejemplo, que produce libros artesanalmente al punto de que no existen dos iguales. Publican textos de vagabundos bolivianos, alcohólicos colombianos muertos y cronistas ignotos en libros de papel reciclado y tapas de cartón. Y para los que quieren sentirse especiales, una señora de con la camiseta de Boca puede ilustrarle su edición en el momento y a su gusto e inspiración.
Muchos otros improvisan. Un joven de lentes y zapatos pesados estaba sentado frente a una diminuta máquina de escribir, sobre la que pesaba una cartel que anunciaba "poemas en el acto por $1". Nadie se le acercaba, pero sí que escribía. Otro, de gesto consternado y campera dos talles más grande que su cuerpecito ondulado, tomó el micrófono frente a la mesa de tortas caseras y comenzó a leer sus poemas. Luego a gritarlos y, más tarde, a llorarlos. Un nena, de cinco o seis años lo miraba, incrédula de que su madre se riera de la situación.

A partir de la medianoche había fiesta. Las galerías del Centro Social y Cultural Olga Vázquez lucían atestadas de gente que, en una noche frescas de esas que habíamos creído haber dejado atrás, gozaría de una oferta musical que daría el sello platense a la feria.

El Centro Olga Vázquez es un lugar que concentra diferentes espacios de militancia social y cultural, que posee su bilbioteca y su actividad cotidiana. Se halla en un caserón tomado sobre la avenida 60 que tiene un hermoso parque interno, que es el corazón de la manzana y que alberga (muy a menudo) fiestas y encuentros organizados por quienes sostienen el centro u organizaciones afines. El objetivo, claro, es lograr la expropiación definitiva del lugar para que el espacio, tanto físico como social y cultural, no peligre ante las eventualidades de los poderes constituidos.

Comenzó la velada en la galería el cuarteto Vatangueando, con sus milongas deshinibidas y sus tangos criollos en la línea de La Guardia Hereje. El Chino, El Tero Di Tomasso y sus músicos supieron ganarse un público poco preparado para un espectáculo de su tipo. Referencias a los fetiches perdidos del menemismo, reivindicaciones orgullosas de "los grasa" y humor en canciones que nadan en un dúo de guitarras que a veces huele a naftalina y desenpolva la vitrola.

El set rockero fue abierto por Primer Hombre Internacional y continuado por Tropel, un cuarteto eléctrico que, para este humilde cronista y muchos de los que allí estaban, fue una gratísima revelación. Cuatro pibes sub23 que supieron transformar su admiración casi enfermiza por Spinetta en interpretaciones exactas, cuidadas, serias y personales. Bastaría con decir que las canciones de El Flaco matizadas por los cuatro músicos captó hipnóticamente a casi todo el público tan sólo con su sonido, su particular belleza.

El cierre sería de Sr. Tomate; Poli y su folk psicótico, de canciones desesperadas e infantiles. Luego de giras por el sur del país y muchas presentaciones porteñas, una de las bandas apadrinadas por Shaman Herrera fue celosa en el ajuste del sonido y pudo dar uno de esos shows movilizantes que acostumbran dar. Pasaron Infarto, Ritmo de Vida, Hormiga y otras tantas que ya son cantadas al unísono por no pocos seguidores que sonrojan a Poli con sus gritos de admiración. Seguramente no lo querrá, pero la líder de Sr. Tomate ya es toda una rockstar. No en el sentido capusotteano, sino en aquel que destaca las interpretaciones sentidas, la sensibilidad a la hora de escribir y la capacidad casi mística de convocar tan sólo con la presencia.

Con poco tino, el musicalizador desconectó a Sr. Tomate y puso a la Bersuit. Muchos puteamos y nos fuimos. Otros se quedaron bailando.

7 sept 2009

Jóvenes en Arte(s)

7 sept 2009



9 y 10 de Septiembre - Facultad de Periodismo y Comunicación Social






29 ago 2009

29 ago 2009

20 ago 2009

ACÚSTICO

20 ago 2009

14 ago 2009

Nuevo video de Mostruo!

14 ago 2009

El primer corte de "La nueva gran cosa", El mejor plan del mundo, ya tiene su video acá. Dirigido por Lolo Muschong y protagonizado por los Mostruo! y amigos...
Mostruo! se presenta este sábado 15 de agosto junto a La Secta en Centro Cultural Estación Provincial (17 y 71).

8 ago 2009

No tiene poder, no tiene poder...

8 ago 2009
normA es música. Música en estado puro. La palabra escrita, dice Chivas Argüello, pierde fuerza. Por eso, normA es música. Escuchen, vean y saquen conclusiones.



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“Si no le obedeces no tiene poder”, canta Chivas Argüello, o en realidad lo cantó alguna vez y ahora suena en la computadora del estudio “La Burbuja”. Y otra vez: “Si no le obedeces no tiene poder”. Y después otra y otra. Otra más. Ah, minimalismo de normA, ustedes saben.

No fue fácil pactar una reunión con los cuatro, pero acá estamos. Gualberto de Orta le da forma a dos nuevos temas de la banda. Richard Baldoni está sentado a su lado, capucha sobre los rulos, manos en los bolsillos, casi no habla. Del otro lado Pablo Coscarelli, vestido como para ir a correr al parque, hace chistes, aporta opinión respecto del trabajo de Ugo, sale a fumar, vuelve. Atrás, Chivas Argüello dirige la operación.

Dicen que los vocalistas de las bandas siempre son los líderes. Esta puede ser una apreciación injusta y arbitraria, pero mientras escuchamos esta sesión de grabación, notamos que sí, que Chivas puede ser algo así como un líder. Lo podría confirmar la licencia que se tomó el baterista cuando el vocalista dejó el estudio. “Ahora que se fue el jefe…” – dijo como para sí Coco-, y se prendió un cigarrillo.

“La Burbuja” es un estudio de grabación pequeño, pero muy bien equipado. Allí se grabó Rock2Tonos (editado en 2006) y se realizó la postproducción de normA (2008). Ni bien uno entra se encuentra con el monitor y la consola con la que Gualberto de Orta pule cada tema cual artesano. Dicen que Shaman Herrera aprendió el oficio ahí, junto a Ugo, y grabando a bandas como Sr. Tomate. Entonces el lugar comienza a adquirir otra significación: de alguna manera, La Burbuja fue como una escuela, cuyo graduado de honor hoy tiene su propio laboratorio musical, donde graban las bandas del sello Laptra. Y así la escena crece, ¿entienden?

El nombre del lugar es ilustrativo: en verdad, esas dos habitaciones separadas por un cristal componen una esfera aislada del mundo exterior. Como una burbuja, claro. No hace frío, no hay televisores, no hay diarios, no hay ventanas hacia la vereda, no hay cuadros: todos los sentidos están concentrados en lo que se está grabando, esas líneas de colores que suben, bajan y se quiebran en la pantalla de Ugo.



Y lo que se está grabando es normA. Para hacer algo de historia, diremos que ya hay dos discos editados, algún corto primigenio y cataratas de críticas positivas. Pero en normA no hay concesiones y, además de continuar la presentación del último larga duración, graba, mezcla y experimenta en nuevos demos para un futuro no tan lejano. Cada dos meses, los cuatro normA se dan un tiempo para “desarrollar ideas y darle avance a la música nueva”, informa Ugo. Chivas dice que son para quién sabe cuando, pero parecen estar avanzados.

“Rosa”, uno de los temas, se sostiene en un sonido menos rugoso que el de las canciones de Norma (2008) pero con la cada vez más personal y protagónica primera guitarra de Ugo De Orta. Tal vez algo de lo más cercano a “la canción” del grupo, con voces y coros modelo sixities y arreglos guitarreros al estilo de los primeros Kinks.

“Poder” es la Némesis: un furioso y directo punk donde normA desarrolla su lado más visceral y característico, en la línea de “350” o “Micro”. Un ventarrón de música que pasa antes de que podamos volver a abrir los ojos. Con sólo diez palabras como letra, el tema es un llamado a la rebelión y la desobediencia, una relativización del poder como absoluto. Canta Chivas: “si no le obedeces, no tiene poder”. En el medio, un pozo de guitarras donde la batería de Pablo Coscarelli queda a solas con el tecleo de Richard Baldoni a su minimoog, quizás la primera aparición extraña desde el trombón de “Niños” (Rock2tonos, 2006). El moog es de Richard y había sido usado por Ugo para filtrar bajos para Rock2Tonos. Luego, descalibrado, pasó al olvido. Por ahora sólo sirve para experimentar arreglos que son pasados a la primera guitarra de Ugo. Pero quizás…
“No hay planes de agregarlo como un nuevo integrante –comenta el guitarrista-productor– ya q estamos bastante llenos y conformes con el cuarteto actual de bateria, bajo y 2 guitarras”.



“Si no le obedeces no tiene poder…”. Se ha transformado en un mantra. Ugo retoca líneas, baja volúmenes de a medio punto. Richard asiente, Coco mira, Chivas aprueba: “Buenísimo”, “exacto”. Así continúa la vida en La Burbuja. El tiempo no corre. ¿O sí? ¿Importa? Otra pasada. Sí, suena.


Un tentempié para renovar energías. Chivas se percata de que se tiene que lavar las manos. Pero, ¿la gripe habrá llegado a La Burbuja?



Las fotos de normA corresponden a su último video, "Micro".

29 jul 2009

Crema del Cielo + La Patrulla Espacial

29 jul 2009

1 jul 2009

Hoy: Luz Maggio + Wonderboy

1 jul 2009

Luz Maggio en la Rue.

20 jun 2009

normA + Crema del Cielo

20 jun 2009

12 jun 2009

Villelisa + Mostruo! + Panza

12 jun 2009



11 jun 2009

Él Mató... de regreso en La Plata

11 jun 2009

6 jun 2009

Visor

6 jun 2009

Un hombre sin manos llamó a mi puerta para venderme una fotografía de mi casa. Si exceptuamos los ganchos cromados, era un hombre de aspecto corriente y tendría unos cincuenta años.
- ¿Cómo perdió las manos? –le pregunté cuando me dijo lo que quería.
- Esa es otra historia –respondió-. ¿Quiere la foto o no?
- Pase –le invité-. Acabo de hacer café.
Acababa de hacer también un poco de jalea, pero eso no se lo dije.
- Necesitaría ir al baño –dijo el hombre sin manos.
Yo quería ver cómo sostenía la taza de café.
Sabía cómo sostenía la cámara. Era una vieja Polaroid grande y negra. La llevaba sujeta con correas de cuero que le rodeaban los hombros y le abrazaban la espalda. Era así como mantenía la cámara pegada al pecho. Se ponía en la vereda, enfrente de tu casa, la encuadraba en el visor, apretaba el botón con uno de los ganchos, y ahí tenías tu fotografía.
Lo había estado observando desde la ventana, claro.
- ¿Dónde ha dicho que está el baño?
- Por ahí, a la derecha.
Doblándose, encorvándose, se liberó de las correas. Puso la cámara sobre el sofá y se estiró la chaqueta.
- Puede ir mirándola mientras tanto.
Tomé la fotografía.
Un pequeño rectángulo de césped, el camino de entrada, el cobertizo de los coches, la escalera principal, el ventanal en saledizo y la ventana de la cocina desde donde había estado mirando.
¿Por qué habría de querer yo una fotografía de tal desastre?
Me acerqué un poco más a ella y vi mi cabeza, mi cabeza, allí dentro, tras la ventana de la cocina.
Me hizo pensar; el verme a mí mismo de ese modo. Lo digo en serio: es algo que le hace pensar a uno.
Oí la cisterna. Se acercó por el pasillo, subiéndose la cremallera y sonriendo; con un gancho se sostenía el cinturón, con el otro se metía la camisa en los pantalones.
- ¿Qué le parece? –preguntó-. ¿Está bien? Personalmente opino que ha salido bien. ¿Sé lo que hago o no? Admitámoslo: para estas cosas hace falta un profesional.
Se tiró de los genitales.
- Aquí está el café –dije.
Preguntó:
- Está solo, ¿no es eso?
Echó una mirada a la sala. Meneó la cabeza.
- Es duro, es duro –se lamentó.
Se sentó junto a la cámara, se echó atrás con un suspiro y sonrió como si supiera algo que no iba a decirme.
- Tómese el café –le sugerí.
Yo intentaba encontrar algo que decir.
- Había por aquí tres chiquillos que querían pintar mi dirección en el bordillo. Me pedían un dólar por hacerlo ¿Usted no sabrá nada de eso?
Era una posibilidad remota. Pero lo observé, de todos modos.
Se inclinó hacia delante, dándose aires de importancia, con la taza en equilibrio entre los ganchos. Luego la dejó encima de la mesa.
- Trabajo solo –declaró-. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. ¿Qué es lo que quiere decir?
- Buscaba una relación.
Tenía dolor de cabeza. Ya sé que el café no es bueno para el dolor de cabeza, pero a veces la jalea ayuda. Agarré la fotografía.
- Estaba en la cocina –comenté-. Normalmente estoy en la parte de atrás.
- Sucede todos los días –dijo-. Así que se han ido y lo han abandonado, ¿no es eso? Bien, créame: trabajo solo. Así que, ¿qué dice? ¿Quiere la foto?
- Me la quedaré –respondí-.
Me puse en pie y recogí las tazas.
- Estaba seguro –dijo-. Tengo una habitación en la ciudad. No está mal. Tomo el autobús y salgo del centro, y cuando he terminado con los alrededores, me voy a otra ciudad. ¿Comprende lo que digo? Mire: yo también tuve chicos. Como usted.
Me quedé quieto y miré cómo bregaba por levantarse del sofá.
Me explicó:
- Precisamente llevo esto por culpa de ellos.
Miré detenidamente los ganchos.
- Gracias por el café y por dejarme usar el baño. Cuenta usted con mi comprensión.
Alzó y bajó los garfios.
- Demuéstrelo –le pedí-. Demuéstreme hasta qué punto me comprende. Saque más fotografías de mí y mi casa.
- No resultará –dijo el hombre-. Ellos no van a volver.
Pero le ayudé a ponerse el correaje.
- Puedo hacerle un precio especial – ofreció-. Tres por un dólar –añadió-. Si se las dejo más barato, no me compensa.
Salimos fuera. Ajustó el obturador. Me dijo dónde debía situarme, y pusimos manos a la obra.
Íbamos desplazándonos alrededor de la casa. Sistemáticamente. En unas yo miraba de soslayo, en otras de frente.
- Bien –aprobaba él-. Estupendo.
Y al cabo dimos una vuelta completa a la casa y nos encontramos de nuevo en la fachada.
- Son veinte. Suficientes.
- No –sugerí-. Encima del tejado.
- Dios –murmuró. Examinó la calle de derecha a izquierda-. De acuerdo –aceptó-. Así se habla.
Comenté:
- Absolutamente todos. Se largaron de la noche a la mañana.
- ¡Pues mire esto! –exclamó el hombre, y volvió a levantar los garfios.
Entré en casa y saqué una silla. La coloqué bajo el cobertizo de los coches. Pero no fue suficiente: no llegaba. Agarré una caja de embalaje y la puse encima de la silla.
Se estaba bien allí arriba, en el tejado.
Me puse de pie y miré en torno. Hice señas con las manos, y el hombre sin manos me devolvió el saludo con los ganchos.
Y entonces fue cuando las vi, cuando vi las piedras. Era como un pequeño nido de piedras sobre la rejilla de la boca de la chimenea. Ya se sabe cómo son los chicos. Cómo las lanzan con la idea de colar alguna por el agujero de la chimenea.
- ¿Preparado? –pregunté. Tomé una piedra y esperé que el hombre me tuviera en el visor.
- ¡Listo! –exclamó.
Eché la mano hacia atrás y chillé: “¡Ahora!” Y lancé a aquella hija de puta tan lejos como pude.
- No sé –le oí gritar-. No suelo fotografiar cuerpos en movimiento.
- ¡Otra vez! –vociferé, y tomé otra piedra.
Texto: Raymond Carver.
Imagen: André Kèrtéz.

4 jun 2009

Sr. Tomate en vivo por internet

4 jun 2009

30 may 2009

Las canciones de Luz*

30 may 2009
Escribía sobre su infancia y casas cubiertas de miel. Pero un día supo que quería escribir canciones. Antes las cantaban otros, ahora ella misma les pone la voz y el cuerpo.


Afuera llueve y hace frío, mucho frío. En su casa, Luz Maggio unta miel en una galletita y relata con alegría su experiencia con Radiohead.

- Nunca me pasó que me gustara tanto un grupo contemporáneo a mí –admite.

No tiene apuro. Ha terminado su día laboral y sólo queda su tiempo, el tiempo para su música y sus letras. Allí, ella dispone. O ellos.

Luz vive con su esposo, Nacho Martí, voz y pluma de De Un Sur, e, involuntariamente, proyector de quien entonces era su novia al oficio de letrista. Hace algunos veranos, la abuela de Luz era enterrada cuando su nieta vio una imagen cruel e inspiradora.

- Bajaba el cajón de mi abuela y yo veía en la tumba de al lado un caminito de hormigas que estaban comiéndose las flores de las tumbas de al lado.

Luz volvió a su casa, escribió y dejó aquello allí, apenas como un testimonio de aquella tarde triste. Pero su novio de entonces y hoy esposo, le encontró otro destino.

- Yo no le daba importancia a lo que escribía, él (por Nacho) sí le daba importancia. Yo lo negaba. Y entonces él estaba haciendo canciones y tomó lo que yo consideraba deshechos para hacer sus canciones. Y esa es la canción “De un sendero”, que está en el repertorio de De Un Sur.

Fuera de la anecdótica canción, Luz continuó colaborando con la banda escribiendo y cantando. Ella siempre había cantando, desde pequeña, desde los tiempos en que estudiaba Bach y Mozart en Trenque Lauquen. En casa, el folklore de cada mañana y los tangos de su abuela marcaron los inicios de Luz en la música popular.

- Mientras mis amigos escuchaban Los Piojos o Ramones yo escuchaba música clásica. Era como la rarita del curso que en los recreos se iba a tocar el piano – dice, divertida.

Su desembarco en La Plata, dice, le abrió el oído. “¡No había escuchado Spinetta hasta los veinte años!”. Aquí encontró un abanico de músicas, artistas y personajes que le abrieron un mundo nuevo, donde ella cabía.

- Yo vivía con chaqueño que tenía un grupo de música contemporánea que se llamaba Ek, y ellos escuchaban toda música rara. Estaba dentro de lo académico pero era más experimental, digamos. Y después conocí gente que escuchaba música brasilera, conocí a Eduardo Mateo, la música uruguaya y me re copó la música latinoamericana.

Pero, admite, “pasar de grado” fue descubrir el rock inglés y, especialmente, Radiohead.

- Si bien yo escuchaba a los Beatles desde mi infancia por mis hermanos, en esa época que me vine a estudiar todo lo derivado de lo germánico me daba un poco de asco, por una cuestión cultural. Me había agarrado un conciencia re social y me daba bronca el imperialismo y demás, por lo que no escuchaba nada de música inglesa. Pero cuando conocí Radiohead me encantó.






Pero Luz vino a La Plata a estudiar Letras. Ella, como otros, se imaginaba escribiendo novelas y cuentos, ensayos. Pero no música.

- Cuando estaba en la facultad, la música quedó media relegada; Nacho (su marido) hacía música, mi hermana hacía música, tenía amigos que hacían música y yo estaba como media podrida de la música.

En esa época, nada era fácil. Ella estudiaba, avanzaba y escribía, pero (como siempre) la facultad no era lo esperado. Tal como lo soñaba, las escenas y personajes de novelas se le venían a la mente todo el tiempo. Pero la presión ganaba: antes de sus historias ficticias, estaba la lineal realidad de las fechas, los parciales y las planillas de los profesores. La estimulación era nula y la escritura episódica.

- Eso me llevaba a escribir de una manera muy desordenada. Entonces a lo largo de la carrera te vas sintiendo inhibido para crear. Lo que pasa es que llega un momento en que es tanta la necesidad de recibirte que te olvidás de crear.

De lo que quedó, dice Luz, mucho es rescatable: “quedaron un montón de textos, cuentitos. Cosas a las que yo a veces vuelvo y me encantan, pero me parece que por ahora van a quedar ahí”.


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- Yo voy en bici (porque ando en bici todo el día) canto cosas que no sé de dónde vienen, y por ahí en algún momento empiezo a pensar que algo de eso me gusta y llegó acá (su casa), lo grabo y queda.

Así dan sus primeros pasos las letras de Luz.

- Y capaz que un día vuelvo a escuchar eso que grabé y digo “mirá qué bueno” esto puede ser una canción. Y también, por ahí tengo cosas escritas que no son letras de canciones, son escrituras de no sé qué, que pueden adaptarse.

Ahora, esas canciones no son feudo sólo de De Un Sur; Luz ha formado su banda y presenta sus propios temas, en formato cuarteto. Matías Patinho, en guitarra, Lisandro Giménez, en cello, y Turco Sturia, en acordeón, la acompañan en un repertorio que, por ahora, no supera los diez temas. “Canciones tengo un montón, pero arregladas par tocar serán siete”, dice, y se entusiasma con el disco que grabará a mediados de julio. La producción, cuenta, será de entrecasa, pero la voz será registrada en un estudio, donde se destaquen las letras, como a ella le gusta.

- La música tiene ese costado superficial y frío; son tipos que meten notas así, a lo cabeza y nunca piensan lo que están haciendo. Y las discusiones que había con los chicos de De Un Sur tenían que ver con eso, porque no le daban importancia a lo que estaba escrito. Para mí la música es un arte que tiene mucho de superficial; te podés abstraer tanto que todo puede no tener sentido.

Ahora, lo que queda es saltar el rótulo de “letrista-colaboradora” de De Un Sur, para hacer su propio nombre en la escena local, a fuerza canciones cuidadas e interpretaciones sentidas.

- Yo, al haber escrito algunas canciones de De Un Sur, tengo más tiempo como compositora de la banda que con lo que es mi proyecto solista.

Eso, fuera de los gajes del género. Pero en ese terreno mejor no meterse, aunque la entrevistada sea la más amable de las anfitrionas:

- Es muy complicado para la mujer. A mí lo que me ha pasado muchas veces es que en mi myspace, donde yo muestro mis canciones sin hacerme la diva, me escriben cosas del tipo “agregame al chat” o “te invito a salir”. Eso primero me causa gracia y luego bronca, porque mi producto musical queda atrás de la cuestión sexual. Es algo común que la mujer tenga que ser la que canta, y que debe ser medianamente linda, tiene que bailar, moviéndose de determinada manera. Y el hombre si es croto y sucio, a veces es mejor.



*Luz Maggio se presenta el martes 2 de junio en 1 entre 47 y 48, a las 21 horas.

29 may 2009

Crema del Cielo + 107 Faunos

29 may 2009

27 may 2009

Palo Pandolfo en Juevesdemiércoles

27 may 2009

18 may 2009

Llamaré a los chicos al chalet

18 may 2009
Un compendio de mentes brillantes hicieron que una casona de Gonnet fuera, por una noche, el mejor bar de la ciudad.



Cuando uno ve esas películas norteamericanas, donde los jóvenes universitarios visten camperas del campus y beben cerveza en lata, salta al imaginario la posibilidad de un ejemplo local. Una casa grande, con un parque iluminado. Y con bandas que suenen.

El sábado alguien prestó su casa, como en los filmes hollywoodenses, para un hacer una fiesta. Alguien la llamó “The Mansion Party Fest”. Y lo de “fest” fue porque, entre los doscientos invitados, estaban The Falcons, Crema del Cielo y normA. Proporcionalmente, un festival. Teníamos el mejor plan del mundo.

El living-escenario fue abierto por Crema del Cielo, con ocho temas entre nuevos (“Playa negra”) y grandes éxitos (“Unite al club” y “El mundo es una mierda”) de su tan bien recibido primer disco. Antes de que Super Skunk atrajera como el dulce a las moscas a la concurrencia, Boya pidió disculpas por el episodio de la noche del viernes, cuando se frustró la participación de la banda en el ciclo Locales y visitantes. Crema debía dar la bienvenida a los porteños Mataplantas, pero un altercado organizativo retiró del programa a los locales. “Fue por razones de fuerza bruta mayor”, argumentó la voz de los platenses.

Después de la liturgia de Celular, la insolente lucidez de los estandartes del brit-pop villero dio paso a la cuidada presentación de The Falcons, que desplegó su rock de garage glamoroso, el garage de un Ami8 reluciente, decorado con cuadros de Warhol y sillones de cuero blanco. Ahora las chicas bailan y Rama contagia sus contracciones de reptil, mezcla de "Howlin'" Pelle Almqvist, de The Hives, y Mick Jagger.

Buen preludio. normA en gateras.

El escenario, pasible de una remake homenaje a Stanley Kubrick, con su alfombra lanuda y su cortina de discos, fue entonces marco de una de las más extensas performances de normA en el último tiempo. Un show diferente que olió mucho a ensayo con amigos. Temas inéditos, de los tiempos del trío, otros a pedido y otros difíciles de oír en las listas que suelen seguir actualmente. El fin, con 350, la ricken de Chivas al estuche y todos a bajar unos watts y unos grados al parque de la que fue, por una noche, la mansión del rock local.

15 may 2009

Mataplantas + Crema del Cielo

15 may 2009

6 may 2009

No spam

6 may 2009
Santiago Licata y Valentina Buratti se conocieron hace un año en el IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte), y empezaron un proyecto juntos. Pero esta no es una historia de amor (o no sabemos), es una historia de arte. Es una historia de amor al arte.


Basura. Veo su arte y veo basura. De esa, que algún desconsiderado tiró en la calle y que ellos buscaron cuando no sabían con que hacer un cuadro. Basura, si basura. A nadie le importa el papelito de ese caramelo que se come mientras espera el colectivo, por eso lo tira. Y aún así, ellos lo agarran, juntan varios, los llevan al taller. Y después nace la obra de arte. El insignificante envoltorio resurgió cual Cenicienta para la fiesta del Príncipe.

Por día, cada argentino se deshace de un kilo de residuos. Para el año 2025, se estima que estaremos nadando en un mar de desechos de toda índole.

Licata y Valentina son dos artistas porteños, que con su trabajo contribuyen a disminuir ese tsunami que nos cubrirá en el 2025. Si, usan para sus obras eso que nosotros tiramos todos los días.



¿Cómo surgió la idea de hacer arte con nada más ni nada menos, que los desechos de la gente?
Queríamos que en los cuadros haya bardo, los queríamos bien cargados de información. Entonces empezamos a pegar todo lo que nos encontrábamos en el taller, que no era mucho, y al poco tiempo a recolectar lo que nos encontrábamos en la calle. Tampoco usamos todo tipo de desechos, principalmente material grafico y maderas como puertas de armarios etc., que usamos como soportes. Aun así, desde hace mucho tiempo, artistas de todas partes usan los desechos como material, nosotros no inventamos nada... todavía!

¿Qué intentan comunicar con el uso de desechos?
Nada particularmente. No nos apoyamos conceptualmente en el material que usamos, está incluido en la imagen que creamos como los demás elementos. De todas formas, sabemos que este material tiene una carga simbólica importante de la cual tampoco renegamos, pero no es a lo que apuntamos. Igualmente, creemos que los papelitos que encontramos en la calle tienen su potencial belleza, nos gusta como algo simple y totalmente desestimado se convierte en lo que nosotros vemos como atractivo.


Y sí, después sí es atractivo. Pasen y vean:
Tengan en cuenta que algunas están en venta, que Nietzsche dijo que “sin arte la vida es un error” y que no se puede vivir del amor.

De Un Sur + Monoaural


4 may 2009

¿Llegando (a) la paz?

4 may 2009

Por fin estábamos ahí. "El templo", que constaba de un patio techado y rodeado por gigantes columnas, algo que causaba la impresión de budista y pacífico como un mono degollado.

Sólo fumaban opio, y estábamos sentados formando un círculo (O eso creía yo ver; si tuviera que ser sincero nunca voy a poder especificar de qué manera se paran, sientan y mueven los monos ya que esto me tomaría meses e incluso años para analizarlo); sin pronunciar una palabra, ríendo con los ojos. Había algo burbujeando en el medio, pero a decir por las miradas y actitudes de los primates que me rodeaban ninguno sabíamos qué había ahí en el medio ni tampoco parecíamos muy interesados.

Estuvimos así no recuerdo cuánto, pero pueden haber sido muchos días, quizás miles. Cada tanto una mujer de flequillo que le decían Cleopatra, o tal vez le decíamos en nuestras mentes, ya que nunca nadie pronunció una palabra hasta el momento, sólo risas y toces, sólo hasta el momento; esta tal Cleopatra llevaba ese nombre por su aspecto y sus atuendos: un calco a la diva del Nilo. Aunque nunca ninguno le preguntó si era o no realmente Cleo-cleo-opatra la reina del Twist, no importaba, era ella y punto. Y cada tanto, no sé si cada horas o días, o semanas, venía con grandes jarrones de lechuga, una lechuga fresquísima de color casi fosforecente, habiendo veces que en el jarrón había docenas de distintos tipos de lechuga, y uno se perdía en ese mar verde y cada vez más aceitoso, y claro, ja!, todo con muchísima sal. Luego uno se quedaba dormido y extasiado con la cabeza metida en el jarrón, soñaba con víboras y despertaba ríendo y fumando opio. El jarrón desaparecía de un momento para otro sin saludar ni hacer saber que se nos iba hasta una nueva emboscada de Cleopatra. Digo emboscada porque siempre llegaba en el momento en que todos empezábamos a mirarlo a él, al insoportable, al maldito, y cuando los monos dejaban de ser pacíficos y se acercaban para devorarlo, o a veces unos minutos antes, como los perros anticipando la lluvia, aparecía Cleopatra con sus malditas jarras de lechuga, de pronto el Templo (Donde las 24 horas era de día y había SOL) se hacía de noche, ya no nos veíamos más rodeados de verdes y enormes árboles de miles de variedades y una pradera interminable que se mezclaba y perdía con bosques a lo lejos, todo eso ya no lo podíamos ver, porque había llegado la amable Cleopatra con su jarroncito de mierda lleno de porquerías y verduras, bien, la lechuga es muy rica, pero esta gente ya nos tenía cansados, y fue un día que enajenados los monos tomaron espadas y perforaron el vientre de Cleopatra una y mil veces, rebanaron su cuello y lo pusieron en las burbujas del medio, que en realidad siempre había sido una pequeña parrilla a gas artificial con carga interminable; antes de esto mataron al maldito, el personaje más nefasto que nos oprimía con su mirada angelical y su cara de enfermo "no comparto mi demencia" Māhatma Gandhi, los monos se hicieron de su piel despellejándolo vivo, y el muy maldito gritaba y maldecía, había interrumpido el silencio que tanto nos había costado limitarlo a risas y toces, tomá esto maldito Gandhi, y cada vez más furiosos devoraban su hígado en frenesí.

Recuerdo cuando era niño siempre fui un fanático de los tiburones. Libros, revistas, videos, todo lo que podía lo compraba, pedía, conseguía. Y una imagen hermosa, una de las más hermosas de las miles que nos regalan los tiburcios, era la de una ballena moribunda flotando casi en la superficie, una ballena de casi 20 metros, y docenas de tiburones devorándola en frenesí total, volando pedazos de carne de acá para allá, todos bien bien duros y zarpados revolviéndo el estómago y un poco de allá y mordiéndo todo, rabia y más rabia, miles de fibras corriendo a ciento por hora, y esto podía durar casi un día porque los tiburones se iban reponiendo y cambiaban.

Esto me acordé cuando ví a los monos merendando al maldito Gandhi, el mismo que había interrumpido nuestra paz y el que nos jodía día tras día en nuestra ronda de opio y burbujeo budista. Luego los monos se pusieron nuevamente a conversar, quizás de una manera muy afable y amena, pero poco a poco fue subiendo el tono y corriendo la mesa, compartiendo por aquí y por allá, con los miembros de Cleopatra hicieron un asado, lo llenaron de sal gruesa, y mientras lo devoraban con la mano y llevando el exquisito manjar hacia los costados de su boca para masticarlo "más mejor con las muelas" juraban no vivir más a verdura, a esa maldita verdura día y noche, de ahora en más carne y de parado, con la mano y todos zarpados, y más luego vino lo de siempre, tácticas para conquistar el mundo y ser los mejores, epcétera.

Delegado adjunta último informe-

Sv Servidor,

Miguel Michael


PD: ¿Llegando (a) la paz?







Texto: Duhalde Daft Punk.
Imagen: Mark Ryden, "The Angel Of Meat".

1 may 2009

norma + motorama

1 may 2009



Luego de inaugurar el festival Buenos Aires Calling, normA se presenta este sábado en la ciudad.

30 abr 2009

último juevesdemiercoles de abril

30 abr 2009

28 abr 2009

Naty, la brava

28 abr 2009
Se llama Naty Menstrual. Naty por Natalia Oreiro y Menstrual porque se identifica con la cosa sanguinaria de lo femenino. Es escritora, es travesti, es actriz, es desinhibida, es apasionada, es fuerte. Publicó un libro de relatos, Continuadísimo. Tiene un blog. Dice que no la discriminan. Dice que no se atreven.



Naty. La Naty de San Telmo. La Naty con sus pocas mechas rubias. La Naty maquillada pero no como una puerta. La Naty con su cartera Andy Warhol, su vestido floreado, sus pulseras. Sentada en un ciber, la Naty chatea y su interlocutor tiene una foto de un pene. De una pija, dice ella. La saludan a la Naty. Le piden ayuda porque la Naty entiende de cámaras de fotografía digital, pasa mucho tiempo en el ciber. Es que no tiene computadora en su casa, la Naty prefiere el barrio, la gente.

¿Sos muy cibernética, Naty?
No, no mucho. Yo estoy con mis amigos, con mi familia, escribo, hago mi vida, y me cuesta mucho. Hay cosas que me cuestan mucho, que ahora no vienen al caso. Pero, por eso no tengo tiempo. Soy cibernética por algo específico, o porque estoy escribiendo, o porque busco una pija, o porque, me gusta un tipo, punto. Porque me gustan los ilustradores y los fotógrafos, me he pasado horas buscando fotos que me gustan.

Pasa una vecina, coqueta la vecina, y felicita a la Naty. Le dice que le puso la tapa a Chiche. Le dice que muy bien que le puso la tapa a ese viejo pelutudo. La Naty agradece, se indigna, se enorgullece.

¿Qué sentiste en el programa de Chiche Gelblung, cuando te dijo que no eras travesti, que no eras escritora?
Y en el momento fue, ¿sabés qué?, la misma situación que puede ser una discusión con alguien desconocido. Una se acostumbra a cruzar por diferentes situaciones, o sea, para una persona que vive una vida común, a mi vieja por ejemplo, la llevás ahí y se desmaya, se asusta, o llora. Pero yo subo a los colectivos así vestida como me estás viendo, entonces, ¿qué me puede decir Chiche? No fue ni más ni menos violento que una persona desconocida con la que discuto en la calle. Yo le puse la tapa, tenés que aprender a enfrentarte a ciertas cosas. Él es un pelotudo, y hay mucha gente peor que él.

¿Te pasa muy seguido que en la calle te griten cosas?
A mi no. Por suerte nunca. Yo creo que también tiene que ver con uno mismo.

Leí que la gente te cuenta sus intimidades. ¿Por qué crees que te pasa eso?
Por ahí me cruzo a la vecina y me cuenta, charlando. Yo creo que inconscientemente voy a llevando a eso. Tal vez yo la habilito para que me cuente que se traba la bombacha y que se la garcha el marido, porque yo puteo, porque soy guasa, y porque soy desinhibida.

¿Vos naciste en San Telmo?
No, no. Naty Menstrual sí. Ahí está el tema. Yo me sentí bien acá, pero fueron causalidades. Creo que si hubiera llegado a Pompeya ahora estaría como chancho con el almacenero, con la vieja, con el puto, con la marica, con el travesti, con todo el mundo. Es algo que me pasa, voy a una fiesta y charlo, me divierto, y eso pasó acá. San Telmo me encantó es un lugar muy especial.

¿Por qué?
No se, son cosas de piel, del aire, de la noche, del día. Hay dos lugares en mi vida que yo conocí y que sentí en mi piel, que si me dijeran en donde quisiera morir, para mi hay solo dos opciones, morir en San Telmo, o morir en Lisboa. Lisboa, tiene algo de San Telmo, tiene esa cosa melancólica, gris, poética. San Telmo tiene cosas como si fuera literatura, creo que uno podría escribir cualquier cosa; a partir de una puerta o una ventana de San Telmo podrías hacer una novela, una historia de amor, una historia de odio. Es precioso. Y para mi es muy significativo porque acá empecé a escribir, escribí toda mi vida, pero acá empecé con más fuerza.

¿Qué te inspira?
La vida, tan sencillo como eso. Escribir es catártico y es orgásmico. Yo termino un cuento, y es como un parto, porque me sale la cosa compulsiva.

¿Qué pensás cuando te comparan con Roberto Arlt?
Me encanta, y me parece que quizá es un proceso inconsciente. Yo he leído cosas de él, pero si ahora dicen que soy buena escritora, yo digo que soy pésima lectora. Leo muy poco. A Roberto Arlt… me lo comía. Los cuentos de Roberto Arlt me acompañaron durante toda la vida. Yo soy del oeste y me acompañaron en los viajes de colectivo, del sube. Leí los Siete Locos, Rajá Turrito, rajá… ¿te acordás de esa frase?

¿Alguna vez pensaste que ibas a terminar publicando un libro?
No, la verdad que no. Creo que nunca fue una fantasía mía. Había gente que me decía por qué no publicaba. Pero, ¿qué querés, que sea el pelotudo que va vendiendo el libro por todos lados? Yo conocí a un chabón que había publicado su propio libro e iba con un bolso todos los días por la ciudad comerciándolo. Eso no me parece ni mal ni bien, pero yo no lo haría. Me parecía un boludo. ¡No me rompas más las bolas con tu libro! Estaba tomando algo, y aparecía con el libro. Estaba bailando y aparecía con el libro. Estabas en un telo y salía de debajo de la cama con el libro. Me pareció, sí muy interesante la incursión en el blog, sin saber lo que iba a hacer después. Porque yo no estaba obligando a nadie a comprar nada. Estaba compartiendo algo con la gente.

Tus relatos son muy fuertes ¿Cuándo los relees después de un tiempo, que pensás?
No, yo no me pongo a pensar. Yo escribo.

 
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